Bernardo Kordon nació en 1915, en Buenos Aires, Argentina.
Falleció en Santiago de Chile, en 2002.
Fue un periodista, narrador y ensayista.
En su narrativa —realista-costumbrista, con influencia de la literatura norteamericana— se encuentran relatos relacionados con sus viajes por América, Europa y Asia.
Varios de sus textos fueron llevados al cine.
En 1969 se mudó a Chile por motivos políticos. En 1982 publicó cuentos y colaboraciones en la revista Caras y Caretas.
Historias de sobrevivientes de 1983 gana el primer Premio Municipal.
Ganó el Galardón Konex en 1984, Diploma al Mérito en Letras y Cuento con su 1ª obra publicada antes 1950.
Obra literaria: La Vuelta de Rocha; Brochazos y Relatos Porteños; Macumba; Relatos de tierra verde; Un horizonte de cemento; La isla; La selva iluminada; Tormenta en otoño; Muerte en el valle; Reina del Plata; Tambores en la selva; Una region perdida; De ahora en adelante; Lampeão; Vagabundo en Tombuctú; Alias Gardelito; Seiscientos millones y uno; Viaje nada secreto al país de los misterios: China extraña y clara; El teatro chino tradicional; Domingo en el río; Vencedores y vencidos; Un día menos; Hacéle bien a la gente; Cuentos de B.K.; A punto de reventar; Kid Ñandubay; Manía ambulatoria; Adiós pampa mía; El misterioso cocinero volador y otros relatos; Historias de sobrevivientes.
Guiones cinematográficos: Con la misma bronca, inconclusa; Tacos altos; Romance en la puerta oeste de la ciudad, corto; El grito de Celina; El ayudante; Alias Gardelito.
Falleció en Santiago de Chile, en 2002.
Fue un periodista, narrador y ensayista.
En su narrativa —realista-costumbrista, con influencia de la literatura norteamericana— se encuentran relatos relacionados con sus viajes por América, Europa y Asia.
Varios de sus textos fueron llevados al cine.
En 1969 se mudó a Chile por motivos políticos. En 1982 publicó cuentos y colaboraciones en la revista Caras y Caretas.
Historias de sobrevivientes de 1983 gana el primer Premio Municipal.
Ganó el Galardón Konex en 1984, Diploma al Mérito en Letras y Cuento con su 1ª obra publicada antes 1950.
Obra literaria: La Vuelta de Rocha; Brochazos y Relatos Porteños; Macumba; Relatos de tierra verde; Un horizonte de cemento; La isla; La selva iluminada; Tormenta en otoño; Muerte en el valle; Reina del Plata; Tambores en la selva; Una region perdida; De ahora en adelante; Lampeão; Vagabundo en Tombuctú; Alias Gardelito; Seiscientos millones y uno; Viaje nada secreto al país de los misterios: China extraña y clara; El teatro chino tradicional; Domingo en el río; Vencedores y vencidos; Un día menos; Hacéle bien a la gente; Cuentos de B.K.; A punto de reventar; Kid Ñandubay; Manía ambulatoria; Adiós pampa mía; El misterioso cocinero volador y otros relatos; Historias de sobrevivientes.
Guiones cinematográficos: Con la misma bronca, inconclusa; Tacos altos; Romance en la puerta oeste de la ciudad, corto; El grito de Celina; El ayudante; Alias Gardelito.
Sin mañana
Lo molesto ocurre al comienzo. Los familiares alborotan todo en el
preciso momento que uno ansía y alcanza la tranquilidad. Felizmente en
ese mismo instante nos separa de la vida un velo de apretada trama y un
cristal más duro que el acero. Desde el otro lado contemplamos las
últimas imágenes de, la vida, que se desvanecen como sombras y humo. Un
fogonazo gris se traga a los que lloran y rezan. Ya estoy muerto y mi
última imagen del mundo de los vivos es la de ese joven desconocido que
vi asomado en la puerta de mi dormitorio. Simplemente un intruso que
miró con ansiedad y conmiseración al moribundo. Ese gesto se instala en
mí, se identifica conmigo. Comprendo que ese desconocido que me observa
detrás de toda mi familia soy yo mismo. Es él quien siempre me siguió
paso a paso, y me espió día y noche. Ahora se instala en mí. En el
momento de morir soy como un guante vacío, que se inmoviliza y enfría.
Entonces una mano se introduce para darle nueva vida. Ya no somos dos,
sino uno solo. Ahora soy ese otro que nunca conocí. Y ya es tarde para
encontrarle cualquier semejanza. Lo tengo dentro de mí. No tiene rostro.
Yo tampoco lo tengo. Estamos uno dentro del otro. Tensos y reposados,
esperamos la partida. Igual que en un avión. A través del duro cristal y
del tupido velo observamos las sombras del mundo de los vivos. Siguen
acumulando flores, llantos, palabras y más palabra. Yo veo a través de
los ojos del otro, y el otro mira a través de mis ojos. A ambos nos
sorprende esa desesperada e inútil dispersión de gestos y más gestos. Me
domina el orgullo de estar muerto y creo que la expresión de mi máscara
no lo disimula.
En esta última espera me acompañan jirones de recuerdos. Surgen como
pantallazos en blanco y negro. Pues detrás del apretado velo y el duro
cristal dejamos colores y sonidos. Ahora las imágenes son esencias y
símbolos: no necesitan palabras. Podemos saltar con la velocidad de la
luz y alcanzar cualquier imagen de las millones que dejamos como una
estela en nuestro paso por la tierra. Muchos muertos vuelan y de pronto
quedan inmovilizados, aferrados en el duro cristal que separa los dos
mundos. Permanecen fascinados ante una imagen, hasta que se desvanecen
en ese espacio sin tiempo. Son seres que no vivieron plenamente en la
vida, y que tampoco se realizan como muertos. Mientras me conducían al
cementerio los he visto debatiéndose como moscas contra el cristal que
nos separa de los vivos. También alcancé a ver los barrios opacos de mi
ciudad, el hormiguear de los hombres, el tedio de las calles iguales. Un
recorrido parecido al que se cumple para llegar al aeropuerto de
Ezeiza, un paseo aburrido que invita a viajar pronto y muy lejos.
A través del duro cristal me llegaba la confusa imagen de algún
rostro familiar. En especial mi mujer y mi madre trataban de
traspasarlo. Adiviné sus presencias, sin lograr verlas. Esto también me
hizo recordar el aeropuerto, cuando el avión se dispone a partir, y los
que quedaron se despiden agitando los pañuelos, pero ya sin saber
quienes son y a quienes saludan. Entonces la corta espera se hace tan
fastidiosa, hasta que el avión parte, o el ataúd es depositado en la
fosa, y al fin comienza el viaje, y se tiene la suerte de hendir el
mundo sobre el cielo y bajo la tierra.
Percibo una vibración intensa, como la de una turbina de avión. Yo y
el otro, los dos dentro del ataúd, iniciamos el viaje con un arranque de
inaudita velocidad. Ya estamos a muchos kilómetros del espeso velo y el
duro cristal. Atravesamos océanos, continentes, mundos. No me separo de
ese otro que llevo adentro. Imposible saber si viajamos por el centro
de la tierra o por los espacios cósmicos. Hendimos las tinieblas en una
línea recta, como un tren subterráneo que nos llevase a las antípodas. A
veces el viaje se matiza con sorpresivas eclipses. Reconozco la curva
ascendente del subte de Buenos Aires al pasar la estación Alberti en la
línea A, y vuelvo a recorrer la línea D cuando se tuerce graciosamente
entre Tribunales y Callao. De repente iniciamos un recorrido vertical, y
caemos como plomo en un pozo que abarca el mundo entero.
No sé si el ataúd se deslizó un par de centímetros, o bien
terminábamos de recorrer años luces en la galería. Lo cierto es que
dominó la seguridad de haber llegado. Todo estaba absurdamente quieto,
como cuando despertamos en un tren y lo encontramos detenido. Entonces
me incorporé. Me resultó muy fácil subir a la superficie.
Salgo a la luz y me encuentro en el cementerio. Ya no veo el velo
espeso. Comprendo que ese viaje cuya duración no puedo estimar me ha
vuelto a situar al otro lado del cristal. Ahora no sólo reconozco los
detalles de mi tumba, sino que a una distancia de cincuenta metros
diviso el regreso del cortejo que me acompañó hasta mi última morada.
Pero mi última morada es el universo que ahora crece y también se
empequeñece en nuevas dimensiones. De un solo impulso estoy encima del
cortejo. Los contemplo uno a uno: insignificantes y lamentables como
todos los vivientes.
Vuelo hasta mi casa, y ahí los sorprendo en mi velorio. Me molesta el
olor de las flores. Entro entonces en mi dormitorio y allí estoy
agonizando. Salgo a la calle y me veo andando en mi último paseo. ¡Cómo
estoy avejentado! Nunca me di cuenta de ello. Salto pues al parque de
Palermo y me veo pedaleando en mi bicicleta de media-carrera. ¡Qué joven
soy! Pero jamás tuve conciencia que era joven. Nunca pensé en mí, sino
en el maldito mañana. ¿Por qué? Se lo pregunto a quien llevo conmigo, y
ese otro me lo pregunta a mí. ¿Por qué? En la vida no hice otra cosa que
esperar mañana, ese cáncer del mundo de los vivos. ¿Qué es el mañana?
Se lo pregunto al otro, lo grito al viento, y el viento lo ulula al
mundo. ¿Qué era ese mañana que devoró mi vida? Aquí nadie lo sabe. ¡No
existe mañana en el mundo de los muertos! Solamente hay un presente
tenso como un cable de acero que sujeta todo el universo.
Ahora me resulta fácil conocer el pasado, esa secreción de los
hombres, una baba ligeramente fosforescente que dejan en su arrastrada y
engañosa marcha. No necesito escuchar sus voces. Veo por transparencia
cómo los muerde la angustia del tiempo. Realmente no deseo reencarnarme
en ninguno de esos desdichados. Prefiero elegir a uno para liberarlo de
ese maldito mañana, un guante vacío donde introducirme, y conmigo ese
otro, que a su vez lleva otro y otro dentro de sí, seres que nunca nos
conocimos en el Reino de la Dispersión y somos Uno en el negro diamante
del presente infinito.
1 comentario:
Que buen cuento El mañana es tan incierto y tan lejano que es mejor vivir el hoy
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