Francisco Coloane Cárdenas nació en Quemchi (Chile), en 1910.
Fue cuentista y novelista. Obtuvo, entre otros, los premios: Nacional de Literatura, de Novela Infantil, Municipal de Cuento, de la sociedad de escritores de Chile. También se lo reconoció con: Orden al Mérito Gabriela Mistral y Orden de las Artes y Letras de Francia.. Fue nombrado hijo ilustre de Quemchi.
Falleció en Santiago, en 2002.
Su obra: El último grumete de la Baquedano, Cabo de Hornos, La Tierra del Fuego se apaga (teatro), Golfo de Penas, Los conquistadores de la Antártica, Tierra del Fuego, Viaje al Este, El camino de la ballena, El chilote Otey y otros relatos, Rastros del guanaco blanco, Crónicas de la India, Velero anclado, Cuentos completos, Los pasos del hombre (memorias), Papeles recortados (escritos sobre su vida en China), Última carta.
Viven porque están muertos
—El amor es un estado
patológico que dura más en los débiles y menos en los fuertes —dijo el joven
mirando fijamente a la señora de más o menos cuarenta y cinco años de edad, que
estaba a su frente.
La
otra mujer, de tipo extranjero, que escuchaba la conversación en el
departamento, levantó sus bellos ojos verdes con un parpadeo en el que no se
podría decir si había coquetería o súplica.
—No
he querido decir precisamente que cuanto menos dure esa afección el hombre sea
más fuerte; en algunos la flor del amor no nace por falta de sensibilidad, por
estupidez o cretinismo en otros. Hay, pues, en resumen, una escala mínima, un
período de duración "standard" para las gentes normales. No se podría
decir que ese período fuera de un mes, seis meses o un año; el poeta Daniel de
la Vega ha dicho "el amor eterno dura tres meses", tendrá el hombre
sus razones para hacer afirmación tan categórica...
El
joven hablaba de pie, con cierto escepticismo pedante, a veces, en el que decía
"afección", "estado", por amor, y con algún temblor
emocionado en la voz, a ratos, cuando se refería a "esa tierna flor".
Pero en todo daba la sensación de un hombre exaltado que trataba de no caer en
la vulgaridad. Había también algo de hombre herido, cuando se dirigía a la mujer
madura, cuyos ojos brillantes miraban altos y fijos escrutando con sinceridad.
La dama joven escuchaba con la cabeza baja, al parecer ajena a la charla, pero
un temblor imperceptible de la barbilla hubiera revelado a un observador lo
hondo que la afectaba aquella conversación.
—Me
parece que amé durante veinte años; a veces tal vez por costumbre; pero no sé
de amores que han durado toda una vida —contestó la señora.
—Sí,
el amor de las solteronas —replicó el joven—, de esas solteronas que cuando
alguna sobrina indiscreta les pregunta por qué no te casaste, tía, dan un suspiro consabido y responden invariablemente:
porque he amado solo a un hombre en mi vida y ese
hombre murió en plena juventud.
—Sí,
señora —continuó—, esa solterona no tuvo oportunidad de volver a encontrar un
amor en su vida, porque se aferró a un fantasma, a una ilusión, a un
sentimiento falso, de falsedad absoluta, y que sobrevivía a la ley de los
"tres meses" del poeta, solo porque estaba muerto.
—No
es prudente aplicar filosofía y leyes al amor respondió la dama con aire de
superioridad.
El
charlador cogió una silla con el ademán del aventurero que llega cansado de un
largo viaje y se dispone a contar una de sus aventuras; se sentó, sacó un
cigarrillo, lo encendió, afirmó los codos sobre sus rodillas, echó el cuerpo
hacia adelante, recogió con un gesto peculiar un mechón rebelde, y dijo:
—Voy
a narrarle una historia real, brevemente, en la que se demuestra cómo a veces
queda prendido en el ser un vestigio de amor, la colilla de un cariño, a veces
una cicatriz y, a pesar de que todo ha concluido, ese ser empieza a construir
sobre esa leve base un fuerte sentimiento, una pasión falsa que puede durar
toda la vida, como en el caso de aquella solterona, y que en un instante
desaparece totalmente al contacto con la realidad.
"Es la historia de un error, el
caso de un hombre aferrado a una ilusión que un día la realidad exterminó; pero
vamos por parte, comencemos por donde se debe empezar.
"Ella era una extranjera, una
joven austríaca de origen judío, que vino a Chile huyendo de los látigos que
han arreado a tanta gente desde Europa hacia Occidente.
"La necesidad de tener un apoyo en
esa inmensa aventura que significa para una mujer europea atravesar el
Atlántico y penetrar en las vastedades de América, hizo que se casara, antes de
partir, con un emigrante de su raza y de su ciudad.
"No fue feliz. El hombre era
mediocre y no reunía las condiciones de ese espíritu valiente, delicado y audaz
que parecía poseer la bella austríaca.
"La travesía del inmenso océano,
la llegada a las costas americanas, la primera visión de estos vergeles,
encendieron en la hija de la decrépita Europa una luz de vida nueva, la
sensación de algo maravilloso que debía realizarse bajo estos nuevos cielos,
detrás de estas montañas y de estas selvas que escondían el misterio. Y el
marido quedó rezagado, convertido en su justa proporción: la de una cosa que
servía solo para cruzar el 'gran charco'.
"¿Sabe usted lo difícil que es
realizar la leyenda de la 'media naranja', encontrarse un hombre y una mujer que acoplen en lo
material y en lo espiritual, en la misma forma que las mitades de una naranja
se junten y establezcan las corrientes de sus fibras y jugos dando vida a un
fruto maravilloso?
"Pues bien continuó el narrador,
en una casa residencial de Santiago se produjo ese encuentro. Una mañana clara,
en el pasillo, se encontraron frente a frente la europea y un joven estudiante
de provincia.
"El choque de los ojos fue como el
de dos platillos de banda refulgentes al sol, y el amor estalló, súbito, como
una nota vibrante entre esos dos seres que de un extremo a otro de la tierra
habían venido obedeciendo a una ley de la naturaleza.
"Describir el desarrollo de ese
amor sería materia de una labor larga e interesante; pero voy a concretar en
una comparación que te parecerá insólita, lo que eran él y ella. Uno un vergel
agreste de esta América y la otra una paloma de la civilización un poco cansada
con el vuelo a través del mar.
"Eso eran él y ella; en el vergel
faltaba cernir la tierra y en la paloma de albas plumas había reminiscencias de
aleros milenarios; pero a pesar de ello la naturaleza se había dado el capricho
de fabricar a esos dos seres el uno para el otro como las dos medias naranjas
del cuento.
"¿Qué sucedió? Pues algo muy
sencillo o vulgar: en el amor, cosa tan antigua, ya no hay nada original.
"Siempre he imaginado la pasión
como una hoguera al borde de la cual andan rondando una mujer y un hombre; se
miran, se invitan, tienen miedo a las llamas; hay un instante supremo en que
solo un vaivén los haría caer en el centro del fuego a quemarse, a
pulverizarse, a perderse o a renacer, depende de que en ellos haya paja, metal
o ave fénix.
"En ese instante de oscilación a
veces cae uno solo y el otro queda al borde del abismo. En nuestra historia él
cayó dentro de la hoguera, ella se conservó salva en el borde y, con un gran
sentido práctico o especulativo, fue alejándose del fuego donde aquél se
consumía."
El
joven se detuvo para encender otro cigarrillo; en su rostro se notaban las
reacciones de una lucha interior que libraba a través del relato. Hablaba como
si la dama de los ojos verdes no estuviera en el cuarto. Impetuoso, exaltado,
elevaba el hilo de la narración hasta un punto en que parecía una propia
confesión, y, otras veces, como esos cambios del sol y sombra que producen las
nubes primaverales, retomaba el tono seco, sin emoción, con que comenzara su
relato.
—He hecho este símbolo de la
hoguera —siguió el narrador— para expresar en síntesis el fondo de los hechos,
pues en la superficie el asunto ocurrió de la siguiente manera: Él le pidió que
se divorciara y se uniera a él, y ella vaciló.
"Esto es complicadísimo, mi
querida amiga continuó el joven una vez más se comprobó la teoría marxista de
que lo espiritual está sometido a lo económico y no olvidemos que ella ascendía
de la raza más pragmática del mundo...
"La súplica, el llanto, la
humillación, etc., lo hicieron descender ante los ojos de la mujer, la cual se
dio cuenta de que el amor desaparecía rápidamente para dar paso a la
indiferencia y por último al fastidio.
"¡Sí, señora, al fastidio; el amor
puede terminarse por demasiado amor! ¡No hay nada más fastidioso para la
víctima que una persona enloquecida por el amor; es como un carnero enfermo que
trata de romper a cabezazos una muralla de piedra hasta que cae con los sesos
destrozados!
"Cayó en la bebida, en la droga,
en la degeneración; pero no era de paja, había en él metales y, como el ave
fénix, surgió de nuevo a la vida.
"Hay seres que se levantan del
fango más limpios: del vicio resucitan con una retina a través de la cual las
cosas adquieren un nuevo color: del dolor con otro sentido para apreciar el
valor de la vida.
"Pasaron los años, finalizó sus
estudios y se recibió de abogado.
"Otros tiempos, otras paredes,
otras caras. Pero hay algunas plantas que son rebeldes al traslado de almácigo,
nuestro héroe tuvo varios reventones sentimentales; buscó, le pareció encontrar
tierras aptas, pero al final el retoño de amor fatalmente se secaba.
"No pudo encontrar aquel temblor
emocional de otros tiempos y este fracaso hacía surgir más fuerte aquella época
de pasión y gozo pasada junto a la bella mujer.
"Al fondo de todos los caminos por
donde iba en busca de otros amores, surgía inexorable la imagen de aquella,
hasta que se convenció de que estaba tarado para amar; de que la única mujer,
tal vez, que pudo haber amado fue la fatal austríaca.
"Hombre templado al fin, resolvió
realizar el camino de este mundo con esa tara sentimental como a quien le ha
salido una verruga en la nariz y la lleva con tal resolución, que pasa a tomar
parte de su personalidad. Así llevó esa especie de melancolía que lo acompañó
desde entonces, como una característica natural de su persona.
"¡Y aquí viene mi teoría, señora! —dijo
el joven frotándose las manos y pasando a un tono risueño—. ¡Necesitaríamos vivir mil años para establecer las leyes de
un solo corazón humano!
Un buen día recibe un llamado telefónico. A través de la vibración mecánica de una voz, reconoció el timbre cálido de ella, que lo citaba para la tarde siguiente.
Un buen día recibe un llamado telefónico. A través de la vibración mecánica de una voz, reconoció el timbre cálido de ella, que lo citaba para la tarde siguiente.
"Nuestro protagonista pasó una
noche inquieta. Una mujer que no veía durante años, la bella austríaca a cuyo
recuerdo se había acostumbrado como una cosa sucedida en otra vida, surgía de
pronto, en aquel llamado telefónico, con los mismos fuegos donde él quemara su
vida.
"¿Me necesita simplemente para
algún asunto que nada tiene que ver con aquel amor? ¿Me habrá amado en la misma
forma en que yo la he amado y hoy una crisis ha quebrado su resistencia,
llamándome?
"A medida que se formulaba estas
preguntas notaba que su reciedumbre se iba desplomando. El hilo telefónico se
le había incrustado en los nervios, y la voz de la mujer, como una carga
galvánica allá en el otro extremo del cobre hacía resucitar aquel cadáver de
amor, aquella pasión muerta, cual una rata de laboratorio revivida por ese
procedimiento.
"¿Y si una cruel curiosidad
femenina, comprobar que aún tenía influencia sobre ese corazón de varón, era la
causa de la cita?
"Por fin llegó la hora de despejar
todas las dudas.
"El encuentro fue sereno. Dos
miradas intensas trataron de pulsar los estados de ánimo. Un saludo cortés y
empezaron a pasear por un sendero del parque de Providencia, entre remansos de
follajes arreglados con una elegante rusticidad.
"Un silencio presente como un ser
los acompañaba. La tarde poco a poco fue cayendo con su penumbra. El silencio
se convirtió en un estado tenso que cada cual esperaba que el otro
interrumpiera; pero ninguno se atrevía a romper aquello con una palabra que
hubiera sonado con el tono hueco y deshumanizado de los ecos en algunos
oquedales.
"Él paliaba
aquella tensión mirando al cielo donde las primeras estrellas empezaban a
rutilar y ella, con la cabeza baja, contemplaba la tierra oscura y cercana.
"De pronto, suavemente, apoyó su
mano en el brazo de él. Estuvo a punto de temblar, apretó los dientes y los
puños hasta hundirse las uñas en las carnes y así contuvo el temblor que pudo
haberlo traicionado. Pero un hormigueo inundó todo su cuerpo. Una presión
voluntariosa fue librándolo hasta adquirir otra vez su aplomo.
"Ella, por suerte, no notó el
estado de angustia por el que acababa de pasar su acompañante; si lo hubiera
notado, se habría salvado de caer vencida en esa lucha por la dominación que
encierra todo amor.
"Usted verá, señora, que el amor
es recíproco solo en su primera etapa; después, uno ama más y el otro solo se
deja amar; la pasión generalmente empieza cuando ya existe una completa
indiferencia en uno de los sujetos —afirmó el joven.
"Una luna brillante ascendió por
detrás de la cordillera, del río vino una brisa suelta que se perdió entre el
follaje, removiéndolo, y todo pareció complotarse para un instante romántico.
"Eran dos inteligencias despiertas
que entablaron una lucha para no ceder a ese instante; una lucha en la que
intervenían la naturaleza, el ambiente de aquella hora y esos dos corazones
debilitados por un estado de ánimo especial.
"Trataron así de no ser cogidos
por la oleada romántica del caer de la noche.
"Para descargarse de la espesa
fuerza sentimental que provenía de la tierra, de las sombras, de los juegos de
luz del follaje, etc., se detuvieron de súbito y se miraron, interrogantes, a
los ojos.
"Los dos tenían una palabra fría,
tal vez vulgar, sin importancia ni asunto, para quebrar aquel embrujo de la
hora, pero se les quedó atravesada en la garganta ante el encuentro de los ojos
y no resistieron. La naturaleza, la hora, el ambiente,
triunfaron.
"Un beso largo y sostenido contuvo
todos aquellos años de separación y dio salida a la tensión del momento.
"Ella confesó haber sido un poco
cruel, calculadora. Dijo que una seguridad demasiado grande en el amor de él,
se había desviado en un extraño sentimiento de crueldad, algo parecido al goce
de los flagelados.
"¡Sí, señora se interrumpió el
joven hay flageladores del espíritu, de los sentimientos, que flagelan a los
seres que aman! ¡El amor lleva un pequeño engendro de odio, y ay del día en que el diminuto monstruo se desarrolle o se
refuerza en ciertos apasionantes temperamentos!
"Se había divorciado, y el
conocimiento de otros hombres le había demostrado la grandeza de ese primer
amor, dándose cuenta del error que había cometido al dejarlo.
"Se entregaron esa noche con todo
el bagaje de recuerdos y sentimientos que había acumulado el pasado; pero al
día siguiente, nuestro protagonista amaneció como uno de esos cajones
cordilleranos que un día despejado, aparecen al otro revueltos de nubes.
"¿Era la felicidad que se había
desplomado tan de golpe sobre él, atontándolo? ¿Era un resabio cauteloso ante
una posible nueva jugada de la flageladora? ¿Qué había, pues, en esa desazón
sentida solo en algunos días melancólicos de la lejana adolescencia? ¿Amaba
ahora solo la carne de aquella mujer y no al espíritu que la animaba?
"Recordaba que algo, en un
instante, había pasado esa noche. Algo terrible, semejante solo a esa
desesperanza que nos produce la muerte cuando nos arrebata el misterio que
amábamos, dejándonos solo la basofia de la carne inerte.
"A través de los días fue
sedimentándose una verdad: ¡No la amaba!
"El tiempo había hecho desaparecer
aquel amor; pero la quemadura de la hoguera había dejado su cicatriz y sobre
ella se había construido un sentimiento falso, una creencia que se encargó la propia
causante de destruir. Fue un fantasma que se esfumó al primer contacto con la
realidad.
"¡Sí, señora! continuó el
narrador, subiendo el tono de la voz, ya exaltado, para finalizar proclamando
la tesis de su historia. El amor eterno dura tres meses, como dijo el poeta,
los otros son amores falsos que se fincan en una herida, en una cicatriz, como
hongos malsanos de los cuales debemos precavernos! ¡Son, en fin, el caso de las
solteronas cuyos amores viven, porque están muertos! ¡Si un día se levantara de
la tumba alguno de esos adolescentes amados, estoy seguro de que estas viejas
ya no sentirían nada por él! ¡Sí, solo viven porque están muertos!"
Oculto
el rostro con un pañuelo, la mujer de los ojos verdes atravesó presurosa el
departamento y fue a encerrarse en su cuarto.
¡Es
usted cruel, tenía la cara arrasada de lágrimas y no sé cómo pudo resistir
hasta el final el relato! —dijo la dama y continuó dirigiéndose al joven— . Más
cruel que ella, porque ella lo ama intensamente y usted, al parecer de su
teoría, no la quiere ya...
El
joven tomó su sombrero y se despidió de la señora.
Pero
al llegar a la calle una brisa refrescó su faz, y junto a la agradable reacción
nació una duda:
¿Y
si todo lo que he dicho no fuera ahora cierto? ¿Acaso uno odia, sufre o goza
permanentemente? ¿Acaso en una sola hora uno puede tener todas las variaciones
del alma, todas las contradicciones del corazón humano, mientras la forma, la
acción, es una sola y permanente, y por lo tanto, falsa también?
1 comentario:
Muy buena historia pero triste a la vez yo creo qe fuera mejor qe se huvieran qedado juntos;)
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