Espiral - Enrique Anderson Imbert

Enrique Anderson Imbert nació en Córdoba, Argentina en 1910. Falleció en el año 2000.

Fue escritor, ensayista y profesor universitario.

Su obra:

Crítica literaria: La flecha en el aireTres novelas de Payró con pícaros en tres mirasIbsen y su tiempoEnsayosEl arte de la prosa en Juan Montalvo, Estudios sobre escritores de AméricaHistoria de la literatura hispanoamericanaLa crítica literaria contemporánea, Los grandes libros de Occidente y otros ensayosLos domingos del profesor, La originalidad de Rubén DaríoGenio y figura de SarmientoUna aventura amorosa de SarmientoEstudios sobre letras hispánicasEl realismo mágico y otros ensayosLas comedias de Bernard ShawLos primeros cuentos del mundoTeoría y técnica del cuento, La prosa: modalidades y usosNuevos estudios sobre letras hispanas, Mentiras y mentirosos en el mundo de las letrasModernidad y posmodernidadEscritor, texto, lector.

Narrativa (novelas y cuentos): VigiliaEl mentir de las estrellasLas pruebas del caosFugaEl grimorioEl gato de CheshireEl estafador se jubilaLa locura juega al ajedrezLa botella de KleinDos mujeres y un JuliánEl tamaño de las brujasEvocación de sombras en la ciudad geométricaEl anillo de Mozart¡Y pensar que hace diez años!Reloj de arenaAmorío (y un retrato de dos genios)La buena forma de un crimenHistoria de una Rosa y Génesis de una lunaConsenso de dosEl libro de los casos.


Espiral


Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si esa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.


 



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