Macedonio Fernández nació en Buenos Aires en 1874.
Autor de novelas, cuentos, poemas, artículos
periodísticos, ensayos filosóficos y textos de naturaleza
inclasificable, ejerció una gran influencia sobre la literatura
argentina posterior.
Mirió en Buenos Aires en 1952.
Su obra:
No toda es vigilia la de los ojos abiertos; Papeles de Recienvenido; Una novela que comienza; Poemas; Museo de la Novela de la Eterna; No toda es vigilia la de los ojos abiertos y otros escritos; Cuadernos de todo y nada; Teorías; Adriana Buenos Aires, última novela mala; Museo de la Novela de la Eterna, primera novela buena; Epistolario.
El zapallo que se hizo cosmos
Érase un zapallo creciendo solitario en
ricas tierras del Chaco. Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado con libertad
y sin remedios fue desarrollándose con el agua natural y la luz solar en
condiciones óptimas, como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose
a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento
tener que decirlo, haciéndolo antipático.
Pero la historia externa es la que nos
interesa, ésa que sólo podrían relatar los azorados habitantes del Chaco que
iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos por sus poderosos
raíces.
La primera noticia que se tuvo de su
existencia fue la de los sonoros crujidos del simple natural crecimiento. Los
primeros colonos que lo vieron habrían de espantarse, pues ya entonces pesaría
varias toneladas y aumentaba de volumen instante a instante. Ya medía una legua
de diámetro cuando llegaron los primeros hacheros mandados por las autoridades
para seccionarle el tronco, ya de doscientos metros de circunferencia; los
obreros desistían más que por la fatiga de la labor por los ruidos
espeluznantes de ciertos movimientos de equilibración, impuestos por la
inestabilidad de su volumen que crecía por saltos.
Cundía el pavor. Es imposible ahora aproximársele, porque se hace el vacío en su entorno, mientras las raíces imposibles de cortar siguen creciendo. En la desesperación de vérselo venir encima, se piensa en sujetarlo con cables. En vano. Comienza a divisarse desde Montevideo, desde donde se divisa pronto lo irregular nuestro, como nosotros desde aquí observamos lo inestable de Europa. Ya se apresta a saberse el Río de la Plata.
Cundía el pavor. Es imposible ahora aproximársele, porque se hace el vacío en su entorno, mientras las raíces imposibles de cortar siguen creciendo. En la desesperación de vérselo venir encima, se piensa en sujetarlo con cables. En vano. Comienza a divisarse desde Montevideo, desde donde se divisa pronto lo irregular nuestro, como nosotros desde aquí observamos lo inestable de Europa. Ya se apresta a saberse el Río de la Plata.
Como no hay tiempo de reunir una
conferencia panamericana -Ginebra y las cancillerías europeas están
advertidas-, cada uno discurre y propone lo eficaz. ¿Lucha, conciliación,
suscitación de un sentimiento piadoso en el Zapallo, súplica, armisticio? Se
piensa en hacer crecer otro zapallo en el Japón, mimándolo para apresurar al
máximo su prosperación, hasta que se encuentren y se entredestryan, sin que,
empero, ninguno sobrezapalle al otro. ¿Y el ejército?
Opiniones de los científicos; qué
pensaron los niños, encantados seguramente; emociones de las señoras;
indignación de un procurador, entusiasmo de un agrimensor y de un toma-medidas
de sastrería; indumentaria para el Zapallo; una cocinera que se le planta
delante y lo examina, retirándose una legua por día; un serrucho que siente su
nada. ¿Y Einstein?; frente a la facultad de medicina alguien que insinúa:
¿purgarlo? Todas estas primeras chanzas habían cesado. Llegaba demasiado
urgente el momento en que lo que más convenía era mudarse adentro. Bastante
ridículo y humillante es el meterse en él con precipitación, aunque se olvide
el reloj o el sombrero en alguna parte y apagando previamente el cigarrillo,
porque ya no va quedando mundo fuera del zapallo.
A medida que crece es más rápido su
ritmo de dilación; no bien es una cosa ya es otra; no ha alcanzado la figura de
un buque que ya parece una isla. Sus poros ya tienen cinco metros de diámetro,
ya veinte, ya cincuenta. Parece presentir que todavía el cosmos podría producir
un cataclismo para perderlo, un maremoto o una hendidura de América. ¿No
preferirá, por amor propio, estallar, astillarse, antes de ser metido dentro de
un Zapallo? Para verlo crecer volamos en avión; es una cordillera flotando
sobre el mar. Los hombres son absorbidos como moscas; los coreanos, en la
antípoda, se santiguan y saben su suerte es cuestión de horas.
El Cosmos desata, en el paroxismo, el combate final. Despeña formidables tempestades, radiaciones insospechadas, temblores de tierra, quizá reservados desde su origen por si tuviera que luchar con otro mundo.
El Cosmos desata, en el paroxismo, el combate final. Despeña formidables tempestades, radiaciones insospechadas, temblores de tierra, quizá reservados desde su origen por si tuviera que luchar con otro mundo.
"¡Cuidaos de toda célula que ande
cerca de vosotros! ¡Basta que una de ellas encuentre su todocomodidad de
vivir!! ¿Por qué no se nos advirtió? El alma de cada célula dice despacito:
"yo quiero apoderarme de todo el ‘stock’, de toda la ‘existencia en plaza’
de Materia, llenar el espacio, y, tal vez, los espacios siderales; yo puedo ser
el Individuo-Universo, la Persona Inmortal del Mundo, el latido único".
Nosotros no la escuchamos ¡y nos hallamos en la inminencia de un Mundo de
Zapallo, con los hombres, las ciudades y las almas dentro!
¿Que puede herirlo ya? Es cuestión de
que el Zapallo se sirva sus últimos apetitos para su sosiego final. Apenas le
faltan Australia y Polinesia.
Perros que no vivían más que quince
años, zapallos que apenas resistían uno y hombres que raramente llegaban a los
cien… ¡Así es la sorpresa! Decíamos: es un monstruo que no puede durar. Y aquí
nos tenéis adentro. ¿Nacer y morir para nacer y morir…?, se habrá dicho el
Zapallo: ¡oh, ya no! El escorpión, cuando se siente inhábil o en inferioridad
se pica a sí mismo y se aniquila, parte al instante al depósito de la vida
escorpiónica para su nueva esperanza de perduración; se envenena sólo para que
le den vida nueva. ¿Por qué no configurar el Escorpión, el Pino, la Lombriz, el
Hombre, la Cigüeña, el Ruiseñor, la Hiedra, inmortales? Y por sobre todos el
Zapallo, Personación del Cosmos, con los jugadores de póker viendo
tranquilamente y alternando los enamorados, todo en el espacio diáfano y
unitario del Zapallo.
Practicamos sinceramente la Metafísica
Cucurbitácea. Nos convencimos de que, dada la relatividad de las magnitudes
todas, nadie de nosotros sabrá nunca si vive o no dentro de un zapallo y hasta
dentro de un ataúd y si no seremos células del Plasma Inmortal. Tenía que
suceder: Totalidad todo Interna, Limitada, Inmóvil (sin Traslación), sin
Relación, por ello sin Muerte.
Parece que en estos últimos momentos,
según coincidencia de signos, el Zapallo se alista para conquistar no ya la
pobre Tierra, sino la Creación. Al parecer, prepara su desafío contra la Vía
Láctea. Días más, y el Zapallo será el ser, la realidad y su Cáscara.
(El Zapallo me ha permitido que para
vosotros —querdios cofrades de la Zapallería— yo escriba mal y pobre su leyenda
y su historia. Vivimos en ese mundo que todos sabíamos, pero todo en cáscara
ahora, con relaciones sólo internas y, así, sin muerte. Esto es mejor que
antes.)
2 comentarios:
Se puede extrapolar un montón de cosas (por ejemplo, la "realidad" del nazismo, o la "esencia" de la tiranía, de la vida (y por tanto de la muerte), etc., pero, literariamente, sólo se puede exclamar: ¡es fabuloso, extraordinario, genial! (me refiero al relato).
Hola!! tu blog está genial, me encantaria afiliarlo en mis sitios webs y por mi parte te pediría un enlace hacia mis web de cuentos y asi beneficiarnos ambos con mas visitas.
me respondes a emitacat@gmail.com
besoss!!
Emilia
Publicar un comentario