Ciro Alegría Bazán, conocido como Ciro Alegría, nació en Sartimbamba, departamento de La Libertad, Perú, en 1909.
Fue escritor, político y periodista. Uno de los más destacados representantes de la narrativa indigenista.
Novelas de la tierra: La serpiente de oro, Los perros hambrientos y El mundo es ancho y ajeno.
Falleció en Chaclamayo en 1967.
La sirena del bosque
El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente
hermosos de la selva amazónica, “tiene madre”. Los indios selváticos dicen así
del árbol al que creen poseído por un espíritu o habitado por un ser viviente.
Disfrutan de tal privilegio los árboles bellos o raros. La lupuna es uno de los
más altos del bosque amazónico, tiene un ramaje gallardo y su tallo, de color
gris plomizo, está guarnecido en la parte inferior por una especie de aletas
triangulares. La lupuna despierta interés a primera vista y en conjunto, al
contemplarlo, produce una sensación de extraña belleza. Como “tiene madre”, los
indios no cortan a la lupuna. Las hachas y machetes de la tala abatirán
porciones de bosque para levantar aldeas, o limpiar campos de siembra de yuca y
plátanos, o abrir caminos. La lupuna quedará señoreando. Y de todos modos, así
no hay roza, sobresaldrá en el bosque por su altura y particular conformación.
Se hace ver.
Para los indios cocamas, la “madre” de la lupuna, el ser que
habita dicho árbol, es una mujer blanca, rubia y singularmente hermosa. En las
noches de luna, ella sube por el corazón del árbol hasta lo alto de la copa,
sale a dejarse iluminar por la luz esplendente y canta. Sobre el océano vegetal
que forman las copas de los árboles, la hermosa derrama su voz clara y alta,
singularmente melodiosa, llenando la solemne amplitud de la selva. Los hombres
y los animales que la escuchan, quedan como hechizados. El mismo bosque puede
aquietar sus ramas para oírla.
Los viejos cocamas previenen a los mozos contra el embrujo
de tal voz. Quien la escuche, no debe ir hacia la mujer que la entona, porque
no regresará nunca. Unos dicen que muere esperando alcanzar a la hermosa y
otros que ella los convierte en árbol. Cualquiera que fuese su destino, ningún
joven cocama que siguió a la voz fascinante, soñando con ganar a la bella,
regresó jamás.
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