Virgilio Piñera nació en La Habana, Cuba, en 1912.
Fue escritor, poeta, dramaturgo.
Falleció en 1979.
Su obra:
Poesía: Las furias, La isla en peso, Poesía y prosa, "La vida entera", Una broma colosal, Poesía y crítica.
Cuento: El conflicto, Cuentos fríos, "Oficio de tinieblas", El que vino a salvarme, Un fogonazo, Muecas para escribientes, Algunas verdades sospechosas, El viaje, Cuentos de la risa del horror (antología), Cuentos fríos. El que vino a salvarme.
Novela: La carne de René, Pequeñas maniobras, Presiones y diamantes, El caso baldomero.
Teatro: Electra Garrigó, Aire frío, Dos viejos pánicos, Una caja de zapatos vacía.
El viaje
Tengo cuarenta años. A esta edad, cualquier resolución que
se tome es válida. He decidido viajar sin descanso hasta que la muerte me
llame. No saldré del país, esto no tendría objeto. Tenemos una buena carretera
con varios cientos de kilómetros. El paisaje, a uno y otro lado del camino, es
encantador. Como las distancias entre ciudades y pueblos son relativamente
cortas, no me veré precisado a pernoctar en el camino. Quiero aclarar esto: el
mío no va a ser un viaje precipitado. Yo quiero disponer todo de manera que
pueda bajar en cierto punto del camino para comer y hacer las demás necesidades
naturales. Como tengo mucho dinero, todo marchará sobre ruedas...
A propósito de ruedas, voy a hacer este viaje en un
cochecito de niños. Lo empujará una niñera. Calculando que una niñera pasea a
su crío por el parque unas veinte cuadras sin mostrar señales de agotamiento,
he apostado en una carretera, que tiene mil kilómetros, a mil niñeras,
calculando que veinte cuadras, de cincuenta metros cada una, hacen un
kilómetro. Cada una de estas niñeras, no vestidas de niñeras sino de choferes,
empuja el cochecito a una velocidad moderada. Cuando se cumplen sus mil metros,
entrega el coche a la niñera apostada en los próximos mil metros, me saluda con
respeto y se aleja. Al principio, la gente se agolpaba en la carretera para
verme pasar. He tenido que escuchar toda clase de comentarios. Pero ahora (hace
ya sus buenos cinco años que ruedo por el camino) ya no se ocupan de mí; he
acabado por ser, como el sol para los salvajes, un fenómeno natural... Como me
encanta el violín, he comprado otro cochecito en el que toma asiento el célebre
violinista X; me deleita con sus melodías sublimes. Cuando esto ocurre,
escalono en la carretera a diez niñeras encargadas de empujar el cochecito del
violinista. Sólo diez niñeras, pues no resisto más de diez kilómetros de
música. Por lo demás, todo marcha sobre ruedas. Es verdad que a veces la
estabilidad de mi cochecito es amenazada por enormes camiones que pasan como
centellas y hasta en cierta ocasión a la niñera de turno la dejó semidesnuda
una corriente de aire. Pequeños incidentes que en nada alteran la decisión de
la marcha vitalicia. Este viaje ha demostrado cuán equivocado estaba yo al
esperar algo de la ida. Este viaje es una revelación. Al mismo tiempo me he
enterado de que no era yo el único a quien se revelaban tales cosas. Ayer, al
pasar por uno de los tantos puentes situados en la carretera, he visto al
famoso banquero Pepe sentado sobre una cazuela que giraba lentamente impulsada
por una cocinera. En la próxima bajada me han dicho que Pepe, a semejanza mía,
ha decidido pasar el resto de sus días viajando circularmente. Para ello ha
contratado los servicios de cientos de cocineras, que se relevan cada media
hora, teniendo en cuenta que una cocinera puede revolver, sin fatigarse, un
guiso durante ese lapso. El azar ha querido que siempre, en el momento de pasar
yo en mi cochecito, Pepe, girando en su cazuela, me dé la cara, lo cual nos
obliga a un saludo ceremonioso. Nuestras caras reflejan una evidente felicidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario