Nació en Buenos Aires, en el barrio de
Palermo. Es Traductora Pública y Profesora Universitaria de Inglés.
Especializada en español para extranjeros, dirige una escuela de español desde
2004. Si bien su relación con la literatura comenzó de muy joven, su paso por
la universidad definió su vocación. Actualmente corrige su novela Selma. Fue jurado en el concurso
"Cuentos en Acción", organizado por el Colegio IMEI de Cañuelas en
2008.
Obra:
Es coautora —junto a Paula Jansen,
Victoria Fargas, Gladis Lopez Riquert y Claudia Cortalezzi— del libro Cinco mujeres y otra cosa, editorial La
Letra M, 2014.
Tan Hombre
¿Cómo hago? —se preguntó
Estela—. ¿Cómo hago para ocultar el moretón que se me desparrama debajo del
ojo?
Y bueno, la trompada de la
mañana vaya y pase. Pero, cuando volviese Joaquín, ella ya sabría cómo evitar
la trompada de la tarde: por estúpida que fuese, Estelita había concebido un
plan.
Pegó un vistazo alrededor,
esa pieza rasposa. Qué ironía. Toda su vida esperando la fiesta, el vestido, el
anillo de matrimonio. ¿Y para qué? ¿Para tener vergüenza de salir a la calle?
Pero las cosas no iban a
quedar así, no podían quedar así. Ya le enseñaría ella a tratar a las mujeres.
La plancha ya debía estar a punto.
Viernes, Joaquín. Hoy es
viernes. Llegarás a las ocho.
Estela se acercó a la
puerta de calle y la cerró con doble vuelta. Y dejó la llave en la cerradura.
Tus pesados pasos se detendrán
del otro lado, en el umbral. Y no podrás entrar así nomás. Tendrás que hacer lo
que tanto te enfurece: tendrás que tocar el timbre, me llamarás a voz en
cuello, darás puñetazos contra la puerta… Pero será inútil: yo no saldré a tu
encuentro. Entonces patearás la puerta, volverás a llamarme, a putearme de
arriba a abajo. Y esta vez la pelotuda —pelotuda que quizá también sea cornuda,
dicho sea de paso— no acudirá al llamado del amo, no señor. Buscarás un
cigarrillo en tu bolsillo derecho y te quedarás esperando. Te sacarás la
campera —por hacer algo, nomás—, la tirarás al piso, volverás a gritar abrí
pedazo de yegua de mierda y la reputa madre que te parió. Pero yo no saldré a
tu encuentro. En cambio, te estaré esperando detrás de la puerta, con esta
plancha para bifes en la mano, como la empuño ahora y la levanto antes de
abrirte, la plancha bien calentita después de una hora de hornalla, en seco.
Primero, repuesto de la
sorpresa —no todos los días la puerta de calle se abre sola—, asomarás la punta
de tu bota, cauteloso —Buenos Aires está terrible, ¿no?—. Después pronunciarás
mi nombre en voz baja —yo, bien detrás de la puerta como en las películas, ni
bola—, extenderás un brazo tanteando el interruptor de la luz. Tratarás de
empujar la puerta bien abierta para darte paso, no te explicarás por qué no
cede. Y cuando te vuelvas hacia mí… te voy a estampar la plancha caliente en
medio de tu linda carita, de tu carita de mierda de machista inmundo, mirá. Y
entonces vamos a ver quién es el más maricón de los dos. Porque yo no sabré
aguantar tus “fuertes caricias”, pero vos… no creo que puedas resistir la mía,
y encima si te la encajo de canto. No sólo te quedará hecha bosta esa carita de
ángel por el machucón: el hierro al rojo vivo no perdona a los carilindos.
Abro. Ya estás —ya estoy— a
punto.
—¡Estela! —la voz del bruto
llegó hasta ella como un latigazo—. Estela, y la puta madre, dónde carajo te
metiste, pelotuda. ¡Estela!
—Aquí, querido, aquí estoy.
Justo me agarraste de camino a la cocina. Pensaba hacerte unos bifecitos, mi
amor.
No hay caso, pensó
Estelita. Cada vez que lo veo, tan hombre, este tipo me puede.
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