Enrique Anderson Imbert nació en Córdoba, Argentina en 1910. Falleció en el año 2000.
Fue escritor, ensayista y profesor universitario.
Su obra:
Crítica literaria: La flecha en el aire, Tres novelas de Payró con pícaros en tres miras, Ibsen y su tiempo, Ensayos, El arte de la prosa en Juan Montalvo, Estudios sobre escritores de América, Historia de la literatura hispanoamericana, La crítica literaria contemporánea, Los grandes libros de Occidente y otros ensayos, Los domingos del profesor, La originalidad de Rubén Darío, Genio y figura de Sarmiento, Una aventura amorosa de Sarmiento, Estudios sobre letras hispánicas, El realismo mágico y otros ensayos, Las comedias de Bernard Shaw, Los primeros cuentos del mundo, Teoría y técnica del cuento, La prosa: modalidades y usos, Nuevos estudios sobre letras hispanas, Mentiras y mentirosos en el mundo de las letras, Modernidad y posmodernidad, Escritor, texto, lector.
Narrativa (novelas y cuentos): Vigilia, El mentir de las estrellas, Las pruebas del caos, Fuga, El grimorio, El gato de Cheshire, El estafador se jubila, La locura juega al ajedrez, La botella de Klein, Dos mujeres y un Julián, El tamaño de las brujas, Evocación de sombras en la ciudad geométrica, El anillo de Mozart, ¡Y pensar que hace diez años!, Reloj de arena, Amorío (y un retrato de dos genios), La buena forma de un crimen, Historia de una Rosa y Génesis de una luna, Consenso de dos, El libro de los casos.
Al pie de la Biblia abierta —donde estaba señalado en rojo el versículo que
lo explicaría todo— alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos.
Después bebió el veneno y se acostó.
Nada.
A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba
tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora.
No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa?
Alguien —¿pero quién, cuándo?— alguien le había cambiado el veneno por agua,
las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro
balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en
momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el
estruendo de los cinco estampidos.
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